sábado, 1 de mayo de 2010

principios (buenisimo)

¿dónde encontrarán ayuda para criar a sus hijos?

¿a quién vamos a acudir?

Los mejores consejos para la crianza de los hijos provienen de Dios, el Creador de la familia (Efesios 3:15). Él es el único experto en sentido absoluto. En su Palabra, la Biblia, nos brinda instrucciones prácticas de eficacia probada (Salmo 32:8; Isaías 48:17, 18). Pero es a nosotros, los padres, a quienes nos toca aplicarlas.

Al preguntar a varios matrimonios cómo habían logrado que sus hijos llegaran a ser adultos equilibrados y buenos cristianos, indicaron que el éxito obedecía principalmente a la aplicación de los consejos bíblicos. Habían comprobado que estos son tan confiables hoy como en la época en que se escribieron.

Hay que dedicarles tiempo

Ante la pregunta de qué consejo le había resultado más útil, Catherine, madre de dos hijos, mencionó sin pensarlo dos veces Deuteronomio 6:7, que dice lo siguiente: “Tienes que [inculcar las pautas bíblicas] en tu hijo y hablar de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino y cuando te acuestes y cuando te levantes”. Catherine comprendió que para aplicar esa exhortación tenía que dedicarles tiempo a sus hijos.

“¡Qué fácil es decirlo!”, tal vez piense el lector. En muchas familias es imprescindible que trabajen los dos cónyuges tan solo para llegar a fin de mes. Si ambos están tan atareados, ¿cómo van a dedicarles más tiempo a los hijos? Torlief, cuyo hijo ya es padre, indica que la clave está en la propia recomendación de Deuteronomio: hay que llevarlos siempre con uno, y así surgirán espontáneamente oportunidades de hablar con ellos. “Mi hijo y yo llegamos a trabajar juntos en varias casas —explica Torlief—. Además, en nuestra familia la costumbre era viajar y comer juntos. Por eso, él siempre se sintió libre para expresar su opinión.”

Pero ¿y si se corta la comunicación y cuesta trabajo mantener la más simple conversación? Este fenómeno suele producirse a medida que los hijos se hacen mayores. Nuevamente, realizar actividades con ellos contribuye por lo general a mejorar la situación. El esposo de Catherine, Ken, recuerda que su hija se quejaba en la adolescencia de que él no la escuchaba, una queja muy común a esa edad. ¿Qué podía hacer? “Decidí pasar más tiempo con ella para poder hablar de tú a tú y que me contara lo que pensaba, lo que sentía y lo que la abrumaba. Funcionó muy bien.” (Proverbios 20:5.) Pero Ken puntualiza que este remedio surtió efecto porque en su casa ya había habido antes buena comunicación: “Mi hija y yo siempre nos llevamos muy bien —aclara—, así que ella siempre se sentía libre de contarme lo que quisiera”.

Cabe destacar el siguiente dato de un reciente estudio: al preguntar a padres e hijos si estaban satisfechos con la cantidad de tiempo que pasaban juntos, las respuestas negativas fueron tres veces más frecuentes entre los adolescentes que entre los padres. Por lo tanto, lo mejor es seguir el consejo bíblico de dedicar a los hijos todo el tiempo que sea posible, sin importar si estamos descansando o trabajando, si nos hallamos en casa o de viaje, o si acabamos de levantarnos o vamos a acostarnos. Siempre que sea posible, llevémoslos con nosotros. Como se desprende de Deuteronomio 6:7, nada puede sustituir el tiempo que pasamos con ellos.
Debemos enseñarles buenos principios

En la misma línea, Mario, padre de dos hijos, hace la siguiente recomendación: “Conviene darles mucho cariño y leerles en voz alta”. No es tanto cuestión de estimularles el cerebro como de enseñarles la diferencia entre el bien y el mal. De ahí que Mario agregue: “Hay que estudiar la Biblia con ellos”.

Así lo indica la propia Biblia: “No provoquéis a ira a vuestros hijos sino criadlos tiernamente en la disciplina y admonición del Señor”, o lo que es lo mismo, “edúquenlos y denles enseñanzas cristianas” (Efesios 6:4). En muchos hogares no se da la debida importancia a la formación moral. Hay quienes creen que cuando los hijos sean mayores, podrán elegir por sí mismos los valores que van a seguir. Pero ¿es esta una actitud prudente? Pues bien, tal como sus cuerpos requieren una nutrición adecuada para crecer fuertes y sanos, sus mentes y corazones también precisan una buena educación. Si nuestros hijos no aprenden principios morales en casa, probablemente adoptarán el criterio de extraños, sean compañeros, maestros o figuras de los medios de comunicación.

Con la ayuda de la Palabra de Dios, los padres pueden enseñar a sus hijos a distinguir el bien del mal (2 Timoteo 3:16, 17). Jeff, cristiano que ha criado a dos hijos, recomienda usarla para inculcar buenos principios: “Al utilizar la Biblia, los niños comprenden que estamos hablando del punto de vista del Creador, y no solo de las opiniones de papá y mamá. Pudimos ver que tiene un efecto incomparable en la mente y el corazón. Cuando teníamos que corregir la conducta o actitud de un hijo, nos tomábamos tiempo para buscar algún pasaje pertinente. Luego se lo dábamos a leer en privado, y muchas veces el pequeño terminaba con lágrimas en las mejillas. Era sorprendente. La Biblia tenía un efecto que nunca habríamos conseguido con ninguna palabra o acción nuestra”.

Hebreos 4:12 señala que “la palabra de Dios es viva, y ejerce poder, [...] y puede discernir pensamientos e intenciones del corazón”. El mensaje de la Biblia no está formado por las opiniones y experiencias personales de los escritores que Dios utilizó. Más bien, expresa el criterio divino sobre los asuntos morales, hecho que lo distingue de todas las demás fuentes de consejo. De este modo, cuando usamos la Biblia para educar a los hijos, les ayudamos a plantearse las cosas como las ve Dios. Así les damos una formación de más peso y tenemos más probabilidades de llegarles al corazón.

Catherine, madre a la que antes mencionamos, concuerda con lo anterior: “Cuanto más difícil era el problema, más nos apoyábamos en los consejos de la Palabra de Dios. ¡Siempre funcionaba!”. ¿Podríamos darle mayor uso a la Biblia para ayudar a nuestros hijos a distinguir el bien del mal?

Seamos razonables

Otro principio útil para la crianza de los hijos lo expuso el apóstol Pablo cuando exhortó a sus hermanos en la fe: “Llegue a ser conocido de todos los hombres lo razonables que son ustedes” (Filipenses 4:5). Ciertamente, nuestros hijos también deben poder ver que somos razonables. No olvidemos que esta actitud es un reflejo de “la sabiduría de arriba” (Santiago 3:17).

Pero ¿cómo demostramos una actitud razonable con los hijos? Ayudándolos de acuerdo con nuestras posibilidades, pero sin tratar de controlar todos sus actos. Por ejemplo, Mario, de quien ya hemos hablado, recuerda: “A nuestros dos hijos siempre les planteamos metas espirituales como el bautismo y el ministerio de tiempo completo. Sin embargo, les dejábamos claro que la decisión era de ellos”. ¿Cuáles fueron los resultados? Ambos son ahora evangelizadores de tiempo completo.

En Colosenses 3:21, la Biblia advierte a los padres: “No estén exasperando a sus hijos, para que ellos no se descorazonen”. Este es uno de los versículos predilectos de Catherine. Cuando a uno se le agota la paciencia, es muy fácil ponerse exigente o gruñón con los hijos. Por eso, ella da este consejo: “No debemos pedir de ellos tanto como nos exigimos a nosotros mismos”. Y en vista de que es también cristiana, ofrece esta otra sugerencia: “Hay que lograr que disfruten sirviendo al Señor”.

Los padres sensatos programan actividades recreativas para sus hijos
Grupo de niños jugando fútbol

Jeff, otro de los padres ya citados, nos habla de las medidas prácticas que adoptó: “Al irse haciendo mayores los niños, un buen amigo nos mencionó cuántas veces había tenido que decirles que no a sus hijos. Al final se amargaban y creían que él era un tirano. Como mi amigo no quería que eso nos pasara a nosotros, nos recomendó buscar maneras de decirles que sí.

”Nos pareció una buena recomendación. Así que nos pusimos a seleccionar para nuestros hijos actividades que pudiéramos aprobar por realizarse en circunstancias adecuadas. Les decíamos: ‘¿Sabían que Fulanito va a hacer esto o aquello? ¿Les gustaría ir?’. Y si ellos nos pedían que los lleváramos a algún sitio, nos obligábamos a llevarlos aunque estuviéramos cansados. Todo con tal de no decirles que no”. Y esa es la esencia del espíritu razonable: ser equitativos, considerados y flexibles, pero sin violar ningún principio bíblico.

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